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LAS ESCUELAS DE LOS PROFETAS


El temor de Jehová es el principio de la sabiduría; y la
ciencia de los santos es inteligencia. (Prov. 9: 10.)




Los Maestros de la Escuela de los Profetas

EL SEÑOR mismo dirigía la educación de Israel. Sus cuidados no se limitaban solamente a los intereses religiosos de ese pueblo; todo lo que afectaba su bienestar mental o físico incumbía también a la divina Providencia, y estaba comprendido dentro de la esfera de la ley divina.

Dios había ordenado a los hebreos que enseñaran a sus hijos lo que él requería y que les hicieran saber cómo había obrado con sus padres. Este era uno de los deberes especiales de todo padre de familia, y no debía ser delegado a otra persona. En vez de permitir que lo hicieran labios extraños, debían los corazones amorosos del padre y de la madre instruir a sus hijos. Con todos los acontecimientos de la vida diaria debían ir asociados pensamientos referentes a Dios. Las grandes obras que él había realizado en la liberación de su pueblo, y las promesas de un Redentor que había de venir, debían relatarse a menudo en los hogares de Israel; y el uso de figuras y símbolos grababa las lecciones más indeleblemente en la memoria. Las grandes verdades de la providencia de Dios y la vida futura se inculcaban en la mente de los jóvenes. Se la educaba para que pudiera discernir a Dios tanto en las escenas de la naturaleza como en las palabras de la revelación. Las estrellas del cielo, los árboles y las flores del campo, las elevadas montañas, los riachuelos murmuradores, todas estas cosas hablaban del Creador. El servicio solemne de sacrificio y culto en el santuario, y las palabras pronunciadas por los profetas eran una revelación de Dios.

Tal fue la educación de Moisés en la humilde choza de Gosén; de Samuel, por la fiel Ana; de David, en la morada montañesa de Belén; de Daniel antes de que el cautiverio le 643 separara del hogar de sus padres. Tal fue, también, la educación del niño Jesús en Nazaret; y la que recibió el niño Timoteo quien aprendió de labios de su "abuela Loida" y de su "madre Eunice" las verdades eternas de las Sagradas Escrituras. (2 Tim. 1: 5; 3: 15.) (Historia de los Patriarcas y Profetas, Cap. 58, Pag. 642-643)

Propósitos de las Escuelas de los Profetas

Después de que Israel rechazó a Samuel como gobernante de la nación, aunque estaba en buenas condiciones para una labor pública, el profeta prefirió retirarse. No estaba jubilado, pues presidió como maestro la escuela de los profetas. Le resultó grato este servicio para su Dios (Comentario Bíblico Adventista, 1 Samuel 15.34, 35)

Mediante el establecimiento de las escuelas de los profetas, se tomaron medidas adicionales para la educación de la juventud. Si un joven deseaba escudriñar más profundamente las verdades de la Palabra de Dios, y buscar sabiduría de lo alto, a fin de llegar a ser maestro en Israel, las puertas de estas escuelas estaban abiertas para él. Las escuelas de los profetas fueron fundadas por Samuel para servir de barrera contra la corrupción generalizada, para cuidar del bienestar moral y espiritual de la juventud, y para fomentar la prosperidad futura de la nación supliéndole hombres capacitados para obrar en el temor de Dios como jefes y consejeros.

Con el fin de lograr este objeto, Samuel reunió compañías de jóvenes piadosos, inteligentes y estudiosos. A estos jóvenes se les llamaba hijos de los profetas. Mientras tenían comunión con Dios y estudiaban su Palabra y sus obras, se iba agregando sabiduría del cielo a sus dones naturales. Los maestros eran hombres que no sólo conocían la verdad divina, sino que habían gozado ellos mismos de la comunión con Dios, y habían recibido los dones especiales de su Espíritu. Gozaban del respeto y la confianza del pueblo, tanto por su saber como por su piedad.

En la época de Samuel había dos de estas escuelas: una en Rama, donde vivía el profeta, y la otra en Kiriat-jearim, donde estaba el arca en aquel entonces. Se establecieron otras en tiempos ulteriores. ( Historia de los Patriarcas y Profetas, Cap. 58, Pag. 643)


¿Qué se estudiaba en las Escuelas de los Profetas?

Los alumnos de estas escuelas se sostenían cultivando la tierra o dedicándose a algún trabajo manual. En Israel esto no era considerado extraño ni degradante; más bien se consideraba un crimen permitir que los niños crecieran sin que se les enseñara algún trabajo útil. Por orden divina, a todo niño 644 se le enseñaba un oficio, aun en el caso de tener que ser educado para el servicio sagrado. Muchos de los maestros religiosos se sostenían por el trabajo de sus manos. Aun en el tiempo de los apóstoles, Pablo y Aquila no veían menoscabado su honor porque se ganaban la vida ejerciendo su oficio de tejedores de tiendas.

Las asignaturas principales de estudio en estas escuelas eran la ley de Dios, con las instrucciones dadas a Moisés, la historia sagrada, la música sagrada y la poesía. Los métodos de enseñanza eran distintos de los que se usan en los seminarios teológicos actuales, en los que muchos estudiantes se gradúan teniendo menos conocimiento de Dios y de la verdad religiosa que cuando entraron. En las escuelas de antaño, el gran propósito de todo estudio era aprender la voluntad de Dios y la obligación del hombre hacia él. En los anales de la historia sagrada, se seguían los pasos de Jehová. Se recalcaban las grandes verdades presentadas por los símbolos o figuras y la fe trababa del objeto central de todo aquel sistema: el Cordero de Dios que había de quitar el pecado del mundo. (Historia de los Patriarcas y Profetas, Cap. 58, Pag. 643-644)

¿Qué nos enseña la experiencia de las Escuelas de los Profetas?

Hay que fundar escuelas sobre los principios de la Palabra de Dios y controlarlas por sus preceptos. En nuestras escuelas debiera santificarse cada rama de la educación. Debería buscarse con fervor la dirección divina. Entonces, no obtendríamos en vano cualquier tipo de educación.

Las promesas de la Palabra de Dios nos pertenecen. Podemos esperar la presencia del Maestro celestial. Podemos ver la manifestación del Espíritu de Dios como en la escuela de los profetas, y notar que cada objeto participa de la consagración divina. La ciencia será entonces, como en el caso de Daniel, la sierva de la religión; y todo esfuerzo, desde el primero hasta el último, tenderá a la salvación del hombre en alma, cuerpo y espíritu, y será para la gloria de Dios por medio de Jesucristo. (Mente, Carácter y Personalidad, Tomo 2, Pautas para la salud mental y espiritual, cap. 82 En Armonía con la Ciencia)

En la eternidad!

Y la educación comenzada en esta vida continuará en la vida venidera. Un día tras otro revelarán a la mente con nueva belleza las maravillosas obras de Dios, las evidencias de su sabiduría y poder al crear y sostener el universo, así como el misterio infinito del amor y de la sabiduría en el plan de la redención. "Cosas que ojo no vio, ni oreja oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que ha Dios preparado para aquellos que le aman." (1 Cor. 2: 9.) Hasta en esta vida podemos entrever su presencia y gozar de la comunión con el Cielo; pero la plenitud de su gozo y de su bendición se ha de alcanzar en el más allá. La eternidad sola habrá de revelar el destino glorioso que el hombre, restaurado a la imagen de Dios, puede alcanzar. (Historia de los Patriarcas y Profetas, Cap. 58, Pag. 652)